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Uno de mis hijos atravesó, entre los 14 y los 17 años, un período de consumo frecuente e incluso intenso de cannabis. Los padres son los últimos en enterarse, la gente que sabe que su hijo consume (compañeros, padres de compañeros, profesores) no van a ponerle al tanto, y los adolescentes obedecen a la ley del silencio. Una verdadera amiga se acercó a hablarme en cuanto se enteró. Luego supe que durante varios años algunos padres habían estado al corriente de que mi hijo consumía, y no juzgaron necesario informarme. Esto es no asistencia a persona en peligro.

Sepa también que un niño que se droga se vuelve mentiroso.

 

Su hijo tan cándido, tan recto, le miente y a veces (muy a menudo) le roba. La droga le hace perder las nociones del bien y del mal, y lo vuelve muy ingenioso a la hora de disimular. Bombardearlo con preguntas, o registrar su habitación no sirve de gran cosa. En cambio dígale (a condición de que sea cierto) « sé que te drogas » y puede que así se sincere, al sentirse aliviado de que usted por fin haya abierto los ojos. Si le da un discurso sobre cannabis como producto “natural”, “mucho menos nocivo que el alcohol o el cigarrillo, que no están prohibidos porque enriquecen al Estado”, tenga por seguro que es un consumidor y prepárese para responder enseguida a sus argumentos con informaciones precisas y fundamentadas.

Convencida de que “fumar porros” siempre enrojece los ojos, estaba atenta a esa señal, que nunca vi. Otras señales deberían haberme alertado: sed permanente, tos, breves y esporádicos accesos de ira (que yo atribuía al período de la adolescencia), todo eso viniendo de un niño más bien dulce. La caída de los resultados escolares puede ser consecuencia de un intenso consumo. Una caída de resultados, cuando se suma a la indiferencia y la incapacidad de proyectarse en el futuro es, sin embargo, un signo que engaña.

Algunos adolescentes, consumidores frecuentes, regulares pero no intensivos, tienen la sensación de manejar la situación porque sus resultados escolares se mantienen. Es importante dialogar con ellos para alertarlos sobre ese ilusorio sentimiento de control, sobre los peligros para la salud y los riesgos de desliz hacia un consumo intensivo (tras una decepción amorosa, un duelo…)

Es frustrante decirse que lo único que se pueda hacer frente a un adolescente que consume es decirle « la droga mata; yo te quiero; no quiero que te drogues » según las palabras Marie-Christine d’Welles. Claro que la prevención siempre será el método más eficaz. Pero frente a un hijo que pasó del otro lado, sí, hay que decirle y volver a decirle: « la droga mata; te quiero; no quiero que te drogues » pronunciarlo en todos los tonos, conjugarlo a todos los modos, repetirlo, y sobre todo detallar, argumentar. Y funciona.

A veces, un cambio de entorno, para apartar al hijo del medio de consumidores en el que se encuentra necesariamente encerrado, puede también resultar beneficioso. El padre se encuentra a menudo desamparado frente al problema; la madre, separada o no, tiene a menudo la sensación de enfrentarse sola al asunto… ¡Le toca hacer esfuerzos para no sumar un resentimiento hacia el padre de su hijo, a la ansiedad y al estrés de la situación!